Los ángeles de la calle

LOS ÁNGELES DE LA CALLE


En uno de los barrios más bajos de una de las grandes ciudades de nuestro país, vivían en una callejuela sucia y fea, 2 hermanos gemelos llamados Carlos y Daniel.

Ambos tenían 7 años, sus pieles eran trigueñas, sus cabellos negros y sus ojos café oscuro, en los que se reflejaba tristeza y abandono, ya que hombres armados, habían llegado hasta el pueblo en donde vivían y los habían forzado a salir de sus tierras, dejando los animales, los cultivos, la casa y las cosas que sus padres habían conseguido con mucho esfuerzo, (perdiéndolos también a ellos durante el ataque) quedando a merced del destino al igual que otros niños.

Con el tiempo, ellos se hicieron amigos de chicos de su misma edad, que estaban en la calle por diferentes razones. La mayoría había huido de sus casas por el maltrato de sus padres, padrastros u otros familiares.

Este grupo de niños se convirtió en una de las pandillas más peligrosas del barrio que sembraba el terror entre sus habitantes.

Todos los días, ellos salían a la calle a robar a los transeúntes, a asaltar negocios, a desvalijar carros, a inhalar pegante, a jugar con los perros y a hacer muchas otras cosas más.

Un día, después de haber corrido por un largo rato huyendo de la policía, se sintieron cansados y hambrientos. Entonces decidieron pedir comida.

Trataron de hablar con las personas, tocaron en muchas casas; pero en todas partes los trataban mal, les cerraban las puertas y les huían, pues ya los conocían y les tenían miedo.

Después de mucho caminar llegaron hasta una casa muy bonita. Era grande, de dos plantas, y rodeada por un hermoso jardín.

Los niños se acercaron a ella, llamaron a la puerta y les abrió una niña de 7 años aproximadamente, quien les preguntó mirándolos sorprendida:

- ¿qué necesitan niños?-

-Niña, ¿nos puede regalar alguna cosa de comer?- dijeron los chicos.

-¿Por qué no van donde sus padres?, ellos les darán comida-.

-No tenemos padres- respondieron los niños con tristeza.

A la niña se le conmovió el corazón al escuchar esta respuesta. Se llevó las manos al rostro para que no la vieran llorar; quiso decir algo, pero la voz se le quebró.

En esto se oyó la voz de una mujer desde el segundo piso que preguntó:

-María, ¿con quién hablas?, ¡ya te he dicho que no debes abrir la puerta a desconocidos!-.

-Son unos niños que no tienen comida- respondió la niña.

-Diles que vengan más tarde y cierra la puerta- dijo la mujer.

La niña obedeció.

Minutos después regresaron los chicos y encontraron junto a la entrada una bolsa de papel llena de comida. Se desató entonces una pelea, ya que todos querían el trozo de carne más grande. Estaban peleando, cuando fueron rodeados por un grupo de chicos mayores que ellos, que con voz amenazante les dijeron : -¡Entréguennos eso!-

Los niños se resistieron a entregar la bolsa, pero los otros se la arrebataron, los arrastraron de los cabellos y los golpearon fuertemente causándoles múltiples heridas.

Después comenzó a escucharse el llanto y los quejidos; y la voz de Carlos que gritaba:

-¡Juan, Daniel, Pablo... ¿Dónde están?

¡Aquí, aquí, aquí.- respondían las voces de los chicos que venían de diferentes lugares.

Poco a poco, Todos se fueron reuniendo y ayudando a los que estaban caídos, hasta que estuvieron completos.

Entonces decidieron sentarse a descansar en el parque para reponerse de los golpes.

¿Qué va a pasar con nosotros?- preguntó Carlos a los demás en medio del llanto.

-Lo más probable es que nos mate la policía o alguna otra pandilla- respondió Daniel.

-Sino sucede esto- dijeron los demás- lo más posible es que muramos de hambre y frío-.

Y todos comenzaron a llorar y a decir: -¿por qué nos tiene que pasar esto?,

¿¡por qué será que la muerte se ha olvidado de nosotros-?

No acababan de decir estas palabras cuando vieron otro niño sentado junto a ellos, que escuchaba con atención lo que ellos habían dicho y miraba compadecido las heridas que les habían causado.

Ellos no lo habían visto nunca en la calle; pero su presencia les llenaba de tranquilidad.

Era un niño muy pequeño, tenía los brazos en jarras, en su cuerpo se veían las señales de unos estigmas, su vestido era lustroso, sus cabellos eran brillantes, sus ojos irradiaban luz y en los labios tenía una sonrisa amigable.

Los chicos permanecieron en silencio intercambiando miradas con aquel extraño niño.

Fue él, quien después de un largo rato, logró romper el silencio que había entre ellos, y les preguntó mirándoles fijamente a los ojos:

-¿qué les ha ocurrido?-

-Nos han pegado y nos han quitado la comida- respondió Daniel mientras se secaba las lágrimas, y tú ¿quién eres, te han abandonado, has huido de casa, por qué tienes esas heridas en tu cuerpo, quién te las ha causado?-

- El niño guardó silencio un rato sin saber que contestar y los chicos insistieron en un tono de voz más fuerte: -¡Dinos quién fue el malvado que se atrevió a herirte de ese modo, que nosotros te defenderemos de él y le mataremos!-

-No, -les dijo el niño, pues debemos aprender a perdonar a quienes nos han hecho daño.

Los chicos se miraron unos a otros sorprendidos ante esta respuesta y al cabo de un rato le preguntaron: -¿quién eres tú para hablar de esa manera?, ¿de dónde vienes y que quieres con nosotros?-

- He escuchado sus lamentos, he visto las humillaciones por las que están pasando, el maltrato que viven a diario y las puertas que les son cerradas- respondió el niño.

-Por eso he venido a ayudarlos, pues a mí también me fueron cerradas muchas puertas desde antes de nacer y fui maltratado; pero ahora tengo mi reino, el cual es de ustedes, los niños. En él existe el perdón, la armonía y el amor, ¿les gustaría venir conmigo?-

-¿de qué nos hablas-? -le preguntaron. -Para nosotros no existe nada de eso, sólo conocemos la venganza, la violencia y la pobreza que vivimos diariamente-.

-Pronto lo sabrán- les dijo el niño.

-Vengan a mi casa y se darán cuenta de qué les estoy hablando-.

-¿dónde queda tu casa?- preguntaron los chicos.

-¿está muy lejos de aquí?-

El niño sonrió y les dijo: -Mi casa no queda en este mundo-

Los chicos se quedaron en silencio por un rato pensando en lo que les había dicho aquel extraño niño y al cabo de un rato le preguntaron:

-¿que debemos hacer para poder ir contigo?-

-Si quieren venir conmigo –respondió el niño –Tienen que aprender a perdonar a quienes les han hecho daño, arrepentirse de lo que ustedes le han hecho a los demás y prometer que van a cambiar. De esta manera, los demás también les perdonarán y ya no los tratarán mal-.

Al oír estas palabras, los niños fueron invadidos por un temor muy extraño que los hizo caer de rodillas ante el chico.

Recordaron el daño que habían causado a los demás, derramaron copiosas lágrimas, se arrepintieron de corazón de lo que habían hecho y prometieron cambiar.

El se inclinó sobre ellos, posó las manos sobre sus cabezas y pronunció algunas palabras.

Cuando acabó, todo el parque fue iluminado por una luz resplandeciente.

Entonces, los ojos de los niños se fueron apagando lentamente y se quedaron cerrados para siempre.


 

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